Artículo #62 de la serie
Gustavo Mirabal en Venezuela
En esta oportunidad, quiero compartir una carta de un entrañable amigo, hermosamente escrita yque me tocó el corazón:
”
Gustavo Mirabal Castro, el último hombre del hipísmo de tiempos pretéritos, de aventuras ecuestres y que hoy echo en falta
Gustavo galopa por los esteros de Camaguán
Recuerdo aquellos viejos tiempos en los que Gustavo y yo, recorríamos juntos esos potreros extensos y muy hermosos y veíamos esas inolvidables puestas de sol.
Recuerdo cuando viajábamos al estado Apure y nos deteníamos en Camaguán y no podíamos evitar darnos unos cuantos paseos a caballo.
A fin de cuentas ésta era nuestra vida, nuestra razón de vivir. Fuimos sancionados varias veces por nuestras familias porque incluso nos perdíamos en el llano por esos mundos de Dios.
Gustavo y yo nos lanzábamos a recorrer esos potreros y eran muchas la horas que pasábamos montados a caballo recorriendo el llano.
Sin embargo, para nosotros no había sanción que hiciera posible que nos despegáramos de nuestra afición. Mientras más nos sancionaban, más nos provocaba perdernos en las llanuras, en Camaguán, en los esteros de Apure, en fin, en todo espacio donde pudiéramos cabalgar esos caballos maravillosos.
El tiempo pasa y amasamos la fortuna más grande
A lo mejor nos estamos poniendo un poco viejos y nos hadado por acariciar lo vivido, por amasar los recuerdos para construir eso que llaman nuestras memorias. Quizás en lo más profundo de nuestro ser, lo que estamos aspirando es que nadie nos eche al olvido.
Quizá es ésta es la única y verdadera fortuna, la que amasamos poco a poco con el tiempo y que nos permite trascender más allá de la vida y de la muerte.
La única y verdadera fortuna, es la que logramos construir con nuestros vínculos y nuestras acciones.
La fortuna de viajar
Hay otra fortuna extraordinaria y es la que amasamos en nuestros viajes. En los viajes acumulamos conocimiento, saber, experiencias, vivencias de todo tipo.
Tampoco olvido nuestros viajes a España, nuestras visitas a diferentes lugares, a distintas ciudades en EE.UU. Creo recordar que cuando viajamos con Gustavo, no dejamos visitar ni un solo hipódromo de los que había en estas ciudades.
Gustavo y otros compañeros, siempre tenían un comentario, una idea específica y pensaban en proyectos a futuro. Yo me quedaba pensando y me decía “Son positivos y proactivos. Seguro lo logran”. Casi lo declaré, han trabajado duro y lo han conseguido.
Para amasar la memoria y los deseos de buena fortuna
Nuestros compañeros y amigos se hicieron profesionales del derecho, otros se dedicaron a las finanzas y algunos como nosotros nos dedicamos a reconocerlos y recordarlos a través del tiempo y conservamos nuestra afición por la hípica y nos dedicamos a amasar nuestros recuerdos de juventud.
Nosotros en cambio, nos quedamos amasando estos recuerdos y deseándole lo mejor a nuestros amigos de infancia y compañeros de aventuras juveniles.
Profesionales y empresarios
Gustavo Mirabal se hizo abogado y se convirtió en un empresario. En Venezuela, Mirabal Castro trabajó hasta diciembre de 1989 en un Banco importante del país y al año siguiente fundó la firma de abogados Mirabal, Núñez & Asociados Despacho de Abogados S.C, actualmente llamada Mirabal & Asociados.
Esta compañía está domiciliada en Caracas y ofrece servicios vinculados a las áreas mercantil, comercial, tributaria, así como todo lo relacionado con propiedad intelectual, inversiones extranjeras y asesoría cambiaria, litigios, finanzas y mercados de capitales.
“Disney World ecuestre” así llamaban los amigos y detractores a la hermosa granja emprendida por Gustavo, conjuntamente con su esposa Carolna Chapellin. Está ubicada en Wellington, Palm Beach, Florida (Estados Unidos), su nombre esl centro de entrenamiento G&C Farm, y fue propiedad de los esposos venezolanos Gustavo y María Carolina Chapellín de Mirabal hasta que sintieron que habían cerrado un hermoso cicló, aún la granja existe, aún se alza como el “Disney World de los sueños y pasiones ecuestres”.
De nostalgias y añoranzas
Será que de verdad nos están cayendo los años y nos dio no sólo por pensar en los amigos, sino por pensar en nosotros mismos y no dio por añoranzas. Será que tenemos la absoluta claridad de que la vida es muy corta y por ello comenzamos a hacernos preguntas trascendentes.
Comenzamos a pensar y a recordar cosas en las que antes nunca nos detuvimos. Recuerdo que con Gustavo y con otros amigos de mi niñez nos íbamos con nuestros padres a conocer la faena del campo y a conocer y a valorar las propiedades. Así nos decían nuestros viejos.
Recuerdo los caballos de mi infancia. En fin, los años están haciendo su trabajo. Este hombre del campo que ahora vive en la ciudad está lleno de recuerdos que galopan en su mente y gimen atrapados en su corazón.
Para algo vivimos, para algo acertamos y nos equivocamos en la vida. Para algo nos detenemos un instante y reflexionamos. Como diría el poeta Pablo Neruda, “confieso que he vivido” y es preferible tener mucho que contar, incluyendo las alegrías y las amarguras, a tener un existencia vacía, llena de días y más días de cumpleaños, pero sin una vida de verdad.
Los primeros caballos de mi infancia
Recuerdo con nostalgia que mi padre me regaló un caballo negro. Le puse por nombre Azabache ¡Brioso y noble que era mi caballo Azabache! … No sabemos qué pasó, hubo una especie de epidemia o de peste ¡qué sé yo!… Murieron varios de los caballos, entre ellos, mi Azabache. Por esto digo, no es muy grato este recuerdo de los primeros caballos de mi infancia.
Liqui Liqui, ese fue el nombre que le puso Gustavo
Después de estos acontecimientos, mi tío abuelo me regaló un caballo hermoso, color arena, más bien beis. Y yo no sabía qué nombre ponerle, entonces un día conversando con mis colegas, Gustavo envalentonado dijo que ese caballo tenía el mismo color del traje de su abuelo, que se estaba preparando porque era el padrino de una boda y empezó a decirle Liqui Liqui y así lo bautizamos, se quedó con ese nombre para toda la vida.
Este caballo estuvo conmigo por más de quince años. Murió de viejo, mi querido Liqui Liqui.
Nuestro padre guerrero y fantasioso.
También guardo en mi memoria, los cuentos y las fantasías que nos inventaba mi padre.
Él se imaginaba como un guerrero y nos contaba cuentos de batallas en las que él supuestamente participaba, era muy fantasioso, llegó a decirnos que éramos parientes del General José Antonio Páez y que él mismo lo había acompañado en algunas batallas y que sus caballos galopaban como hermanos por la sabana después de cada contienda.
Lo cierto es que sí era un hombre valiente que montado a caballo, llegó a perseguir a algunos bandoleros que hacían de la suyas en las haciendas y en la sabana y llegó a atraparlos. Mucha gente reconoció en nuestro padre, a un verdadero guerrero de a caballo. Aunque alguna vez, también fue sancionado por ello.
La partida de nuestro padre, como un guión cinematográfico
Si algo nos ha marcado en la vida, ha sido el haber acompañado a nuestro padre en su lecho de muerte.
Por un lado lo despedíamos y eso dolía, ya sabíamos que moriría y que le quedaba muy poco tiempo. Por otra parte, mi padre no dejaba de delirar, de decir muchas cosas, de hablar de héroes y batallas. Mencionaba los nombres de sus caballos más queridos y también se acordó de mi Azabache, el caballo que me regaló cuando yo era un adolescente.
En fin, por un lado mi padre estaba muriendo, abandonando este mundo y por otro lado nos sorprendía con sus palabras, con todo lo que decía en su delirio infinito.
Lo dicho. Nos estamos poniendo viejos
No sé por qué me dio hoy por tanta bendita nostalgia. Sí, realmente nos estamos poniendo viejos. Bueno también será que me dio por extrañar a todos los amigos que han partido, a los que se fueron del país, a los que están en España, en EE.UU, en México y en otros lugares de América Latina
También recuerdo a los que se fueron de este plano, que en paz descansen y los honro con mi memoria.
Recuerdo lo que alguna vez nos dijo una vieja amiga “No morimos cuando dejamos de respirar. Comenzamos a morir, cuando no tenemos un sueño que alcanzar”. Por eso admiro tanto a mis amigos como Gustavo, el último hombre con quien cabalgué en mi juventud y que ahora hecho en falta en los desayunos de fin de semana.
El último amigo de aventuras ecuestres, de tiempos pretéritos que atesoro.
También hecho en falta a otros compañeros de infancia y juventud, que siempre están emprendiendo un proyecto, o inventado alguna cosa para seguir adelante… Bueno, por tanta nostalgia y filosofía de la vida… lo dicho: nos estamos poniendo viejos. “