CARORA, LA CIUDAD DONDE EL DIABLO ANDA SUELTO Y A CABALLO

Carora

Artículo #19 de la serie:
GUSTAVO MIRABAL EN VENEZUELA

Carora en sí misma es una aparición

A horas del mediodía la zona colonial de Carora se muestra como una aparición, bañada por una luz blanca y enseguecedora de un sol inclemente que obliga a sus habitantes a refugiarse en sus casonas centenarias de grandes puertas y ventanas. Carora, es en sí misma una aparición.

A esa hora precisamente, doce del medio día, llegamos  a esta Ciudad hermosa y apacible que nos invita  a conocer sus misterios.

 

Carora
La ciudad de Carora al mediodía, justo, como una aparición Foto: Oscar A. Silva.

 

 

Carora: En sus calles empedradas retumba el relinchar de los caballos que recuerda aquel  día tan nefasto…

Hemos  paseado por sus calles empedradas, donde el tiempo parecía haberse detenido. Hemos admirando sus construcciones  de estilo barroco colonial como la capilla del calvario y la catedral, vestigio de los procesos de transculturización.

No sabíamos por qué, pero durante parte del recorrido, escuchábamos el relinchar de unos caballos, esto nos parecía tan extraño… Porque los escuchábamos muy cerca, pero no los veíamos.

 

La leyenda de El diablo suelto

 Conocimos la tragedia que dio lugar  a la leyenda del diablo suelto y conocimos también  sobre los espantos  de los caballos que relinchan y galopan misteriosos en sus calles empedradas, reclamando justicia después de aquel día en que fueran sorprendidos y abatidos con sus jinetes y sus héroes.

 

Nos pareció extraño y nos erizó la piel, el escuchar ese relinchar de los caballos tan fuerte, tan contundente, por las calles  empedradas de la ciudad. No era de noche todavía, pero se oían los caballos y aunque  no los crean o no nos lo crean, podemos dar fe de ello. No nos lo contaron, lo escuchamos  todos  paseando en Carora, intentando conocer la ciudad.

Dicen que a la media noche el diablo se pasea por estas calles solitarias, desde aquel terrible día de la colonia en que Don Tiburcio Riera y Don Adrián Tuñón de Miranda, alcaldes de la ciudad,  asesinaron en nombre de la ley a los hermanos Hernández, aventureros contrabandistas.

 

 

 

Un viejo cuentero nos puso al tanto

Así no los nos comentó de repente un  hombre viejo, de barba muy larga y con bastón que deambulando por las calles de la zona colonial nos había sorprendido por detrás  dándonos un terrible susto. Pero pronto se nos hizo familiar su voz y también nos atrapó con sus historias.

 

Y nos siguió contando el hombre de la barba larga…

– Así como les cuento – prosiguió el viejo de barba –   lo peor del caso fue que hubo nueve muertos y que fue asaltada la casa del cabildo, la casa amarilla, donde había sido apresado el mayor de los hermanos.

Así mismo nos contó que fue violado el recinto sagrado del convento de Santa Lucía, de la orden de los franciscanos, por una multitud enfurecida, lugar donde se habían refugiado los hermanos Hernández, ajusticiados más tarde por orden de los mismos alcaldes, en la plaza Bolívar.

 

Sólo podía ser cosa del diablo

 Se dice que el verdadero motivo de semejantes acciones había sido político, haya sido por lo que fuera, desde ese momento la gente comenzó a comentar que semejante acontecimiento en una ciudad hasta ese momento tan pacífica, tranquila, monótona, muy religiosa, de buenas costumbres, con una moral estricta y un claro sentido de la justicia, sólo podía haber sido obra del diablo, desde entonces se dice que el diablo anda suelto en Carora.

 

Cosa del diablo que a veces monta  a caballo

 Cuentan algunos caroreños que muchas  veces se escuchan los caballos que  relinchan dentro de la iglesia a media noche y se escuchan como si se quejaran todo el tiempo, depende  de cómo esté  el ambiente.

Y pareciera cosa de locos, pero a nosotros no nos lo contaron,  los escuchamos y los vimos a la medianoche. Ellos, los caballos y los jinetes que  montan sobre ellos, son como apariciones, como animas  en pena.

 

En la noche fue diferente…

En la tarde no podíamos verlos, pero en la noche cuando caminábamos dando otro paseíto, pudimos  ver las sombras  de los caballos que galopaban rumbo a la iglesia y además vimos sus jinetes y sus cabezas, brillaban como un color rojo encendido y pudimos ver  como el fuego de sus cuernos apuntaban hacia dentro de la iglesia.

Esta visión nunca la vamos a  olvidar en medio de tantas cosas hermosas  que  conocimos de la ciudad  de Carora.

 

 

 

Un poeta en la voz del hombre barbudo

 Todos seguimos con la mirada al misterioso transeúnte que dándonos la espalda  continuó  su camino pregonando una y otra vez en voz alta los versos de Efraín Subero: A Carora hay que ir y hay que volver. Hay que volver a ir. Hay que ir para volver. Entonces no podrá irse del todo porque se irá quedándose;  tampoco podrá volver del todo porque vendrá trayéndola

Y repetía los versos una y otra vez, hasta que lo vimos desaparecer en la nada como una ilusión, como un suspiro.

 

 

 

Y seguimos con nuestro relato del viaje

 Continuamos nuestro paseo, luego de un suculento almuerzo, en el que saboreamos un exquisito Lomo Prensao; visitamos la Casa Amarilla, la plaza Bolívar, el Club Torres y la plaza Chio Zubillaga.

Al salir de la zona colonial visitamos  la plaza El Néctar con su hermosa fuente, primera fuente de agua de la ciudad, y la plaza Ambrosio Oropeza en la avenida Francisco de Miranda, donde está ubicada una magnífica escultura de nuestro Gran artista Alejandro Otero, construida en conmemoración de los cuatrocientos años de la ciudad.

 

Qué fue lo que más nos gustó de Carora

 Una de las actividades que más les gustó fue la visita guiada a distintas bodegas  de vino, donde pudimos catar los distintos vinos producidos por esta zona.

Nos  gustó especialmente el concierto de la orquesta infantil de Carora, primera orquesta infantil del país, donde participaron como solistas, diferentes maestros  caroreños de fama mundial, Alirio Díaz entre otros, virtuoso de la guitarra y orgullo nacional

Culminamos nuestra visita a Carora, conociendo la banda oficial de Carora que al caer la tarde interpretaban en la plaza Bolívar las más hermosas piezas larenses.

 

 

 

 

Dicen también que…

El gran poeta chileno Pablo Neruda al conocer Carora exclamó: “Y si el sol volviera a nacer, nacería en el nombre de Carora”.

 

Y nos dijeron entre otras cosas que…

Carora fue fundada en dos oportunidades. La primera vez, en el año de 1569 por Juan de Tejo, pero como debió ser evacuada por los ataques de los aborígenes locales, fue nuevamente fundada en 1572 por Juan de Salamanca.

 

También nos contaron que Carora es una ciudad de poetas y de músicos

“A Carora hay que ir y hay que volver. Hay que volver a ir. Hay que ir para volver. Entonces no podrá irse del todo porque se irá quedándose; Y tampoco podrá volver del todo porque vendrá trayéndola.”

Efraín Subero

Es una tierra de músicos y cantantes, allí nació Alirio Díaz el gran concertista de guitarra, reconocido mundialmente.

Dicen también que  en Carora se hacen los mejores instrumentos típicos del país. Cuentan que  se hacen  muy buenos cuatros y que la gente viaja par Carora  para comprarlos y sorprender con estos  regalos.

Referencias:

https://www.gustavomirabal.es/gustavo-mirabal/el-verdadero-gustavo-mirabal-castro/

https://www.gustavomirabal.es/uncategorized/gustavo-mirabal-en-el-mundo-ecuestre/

https://www.gustavomirabal.es/equitacion/el-hipismo-en-venezuela-tiene-nombres/ 

https://www.flickr.com/photos/161015276@N06/33569658188http://gustavomirabalcastro.online/gustavo-mirabal/venezolano-gustavo/

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2 comentarios en “CARORA, LA CIUDAD DONDE EL DIABLO ANDA SUELTO Y A CABALLO”

  1. Estimado Señor Gustavo Mirabal:
    En primer lugar, le agradezco su interés en una de mis fotografías, de hecho, la que emplea para ilustrar el inicio de este trabajo es de mi autoría. Estuvo publicada en Panoramio, sitio de Internet hoy desaparecido. Actualmente, se encuentra almacenada en Google Fotos. El vinculo para acceder a ella es
    https://photos.app.goo.gl/dAEqTqQ1XxecYH5T9
    Mucho le agradecería indicar los créditos correspondientes,
    Saludos,
    Oscar A. Silva.

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