PLATERO Y YO UNA HISTORIA IRREPETIBLE DE AMISTAD Y DE AVENTURAS

 Platero y Yo

Un autor y dos amigos

 

Platero y yo es el título de una de las historias más hermosas escritas en lengua española en el siglo XX. Su autor  fue Juan Ramón Jiménez y la publicó por primera vez en 1914. Recibió el premio Nobel de de Literatura en 1916

Juan Ramón Jiménez nació en Moguer, Huelva, el 23 de diciembre de 1881 y murió en San Juan, Puerto Rico, el 29 de mayo de 1958.

Durante los años que vivió en Moguer (1905-1911) escribió numerosos libros de poemas, pero fue Platero y yo, el relato con el que obtuvo fama inmediata, ya que se tradujo rápidamente a más de treinta idiomas.

En  Platero y yo, Juan Ramón Jiménez, nos relata una fuerte amistad entre un burro pequeño y grisáceo  y su dueño, un señor que es poeta y muy sensible que pinta la naturaleza con sus palabras.

Es una historia llena de momentos felices y también de algunos muy tristes que nos enternece al leerla.

  

Cuando la complicidad se vuelve nobleza

 

Esta historia escrita en prosa poética nos muestra momentos de verdadera empatía entre Juan Ramón y el pequeño asno.

Es un relato que nos invita a establecer una relación empática y  silenciosa con sus personajes principales, quienes a final de cuentas, nos transmiten un sentimiento de profunda nobleza.

La complicidad, que establecen el narrador y su burrito Platero, nos invita a seguir con atención cada uno de los 138 capítulos, poblados de poesía y de una especial ternura.

Podríamos describir muchos ejemplos de los capítulos y especialmente de los episodios en los que comprobamos esta hermosa manera de acercarse estos personajes  que dan vida y título a esta historia.

Pasaríamos horas hablando sobre la empatía de los dos personajes, pero sólo nos detendremos en algunos pasajes.

 

Juan Ramón,  Aquiles y su mundo equino

 

Puede verse en Juan Ramón Jiménez, alguna de las características también presentes en el creador venezolano Aquiles Nazoa, autor de La historia de un caballo que era bien bonito.

Nazoa tenía un estilo particular al escribir sobre una temática que él mismo inmortalizó cuando decía que hablaba de “las cosa más sencillas”

Juan Ramón Jiménez, cómo poeta se concentra también  en las cosas sencillas que lo rodean y profundizó en ellas hasta encontrar lo esencial de las mismas:

¡Cómo está la mañana! El sol pone en la tierra su alegría de plata y de oro; mariposas de cien colores juegan por todas partes, entre las flores, por la casa —ya dentro, ya fuera — en el manantial.

Por doquiera, el campo se abre en estallidos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva (Jiménez, 1914/2003: 21)

  

¡Allá viene el loco, el loco! Ese loco con su burrito…

Hemos seleccionado el episodio que lleva por  título “El loco” porque es uno de los capítulos más conocidos y promocionados  a través de las redes y ha llegado a ser conocido por jóvenes y adultos del siglo XXI:

Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero.

Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:

— ¡El loco!  …

Delante está ya el campo verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos — ¡tan lejos de mis oídos!—se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte…

Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente, entrecortados, jadeantes, aburridos:

— ¡El lo…co! ¡El lo…co! (Jiménez, 1914/2003: 35)

 

Juan Ramón y Platero
Juan Ramón y Platero, rodeados de verdor.

 

 

Y… ¿la verdadera amistad?…

 

Amistad  (Capt XV)

Nos entendemos bien. Yo lo dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre a donde quiero. Sabe Platero que, al llegar al pino de la Corona, me gusta acercarme a su tronco y acariciárselo, y mirar al cielo al través de su enorme y clara copa.

Sabe que me deleita la veredilla que va, entre céspedes, a la fuente vieja; que es para mí una fiesta ver el río desde la colina de los pinos, evocadora, de un paraje clásico.

Como me adormile, seguro, sobre él, mi despertar se abre siempre a uno de tales amables espectáculos. Yo trato a Platero cual si fuese un niño. Si el camino se torna fragoso y le peso un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar…

Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños. ((Jiménez, 1914/2003: 52)

La  forma como está narrada esta historia con sus detalles y descripciones,  nos permite intuir lo que piensa y siente el pequeño asno. Nos acerca a la poesía del autor y a su sensibilidad.

 

 

Platero y yo,  entre la vida de la infancia y el sentir de los adultos

 

Algunos especialistas opinan que éste es un relato autobiográfico, que el texto es una especie de diario en el cual Jiménez expone parte de su vida durante la infancia, su forma de pensar y de actuar.

Para algunos lectores y especialistas en literatura opinan que la obra no es un texto fácil de digerir como lectura infantil, ya que trata sobre temas de la vida, la amistad, la muerte, la enfermedad, los miedos, e, incluso, las añoranzas de compartir con un ser querido que no está cerca.

¡Qué guapo estás hoy, Platero!     

 

¡Qué guapo está hoy Platero! Es lunes de Carnaval, y los niños, que se han vestido de máscara, le han puesto el aparejo moruno, todo bordado en rojo, azul, blanco y amarillo, de cargados arabescos.

Agua, sol y frío. Los redondos papelillos de colores van rodando paralelamente por la acera, al viento agudo de la tarde, y las máscaras, ateridas, hacen bolsillos de cualquier cosa para las manos azules.

Cuando hemos llegado a la plaza, unas mujeres vestidas de locas, con largas camisas blancas y guirnaldas de hojas verdes en los negros y sueltos cabellos, han cogido a Platero en medio de su corro bullanguero, y han girado alegremente en torno de él.

No le temen

 

Platero, indeciso, yergue las orejas, alza la cabeza, y, como un alacrán cercado por el fuego, intenta, nervioso, huir por doquiera. Pero, como es tan pequeño, las locas no le temen y siguen girando, cantando y riendo a su alrededor.

Los chiquillos, viéndolo cautivo, rebuznan para que él rebuzne. Toda la plaza es ya un concierto altivo de metal amarillo, de rebuznos, de risas, de coplas, de panderetas y de almireces…

Por fin, Platero, decidido, igual que un hombre, rompe el corro y  se viene a mí trotando y llorando, caído el lujoso aparejo. Como yo, no quiere nada con el Carnaval… No servimos para estas cosas… (Jiménez, 1914:185)

 

Platero al caer la tarde
Platero al caer la tarde, despidiendo al sol

 

La vida y la muerte forman parte de la literatura y no están exentas de la belleza y del placer estético. Este placer lo produce el lenguaje literario, el tratamiento de los temas y en este caso, el placer lo profundiza la ternura reflejada en la fábula.

En Platero y yo, nos atrapa la humanización profunda  que Juan Ramón Jiménez imprime a este  pequeño asno, Platero, a quien trata como al mejor de sus amigos y quien da sentido a su vida.

 

Platero y Yo

 

 

Referencias Bibliográficas:

El centenario de una fábula: https://biblioteca.ucm.es/data/cont/media/www/pag-55439/El%20centenario%20de%20una%20fábula,%20Platero%20y%20

 

 

 

 

 

 

 

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